Que la industria china se desarrolla y corre como la pólvora no es ninguna novedad. Son pocos los sectores en los que China no ha entrado, compitiendo con el resto del mundo y ofreciendo unos precios más que atractivos. No es que estuviésemos muy acostumbrados a todo ello décadas anteriores, pero en los tiempos que corren es algo más que normal.
En el sector que nos atañe, una marca como Huawei supone un tercio de las telecomunicaciones mundiales. Las operadoras de nuestros países compran a esta marca los terminales fijos y móviles (entre otros sistemas), para los servicios que más tarde ofrecen al consumidor final. La fórmula no es ni de lejos secreta: una buena relación calidad-precio, aunque en detrimento de la deseable atención pre y postventa. Por si fuera poco, la compañía Huawei, junto con la también china ZTE, reciben subvenciones que hasta podrían violar las reglas y leyes del comercio internacional. Quizás por ello, los datos muestran que Huawei en Europa ha crecido un 27% el año pasado.
En Estados Unidos el asunto es más complicado. Tanto Huawei como ZTE han sido vetados por el Comité de Inteligencia del Congreso de los EE.UU, dado que se considera que no se puede garantizar la desvinculación entre ambas empresas y el gobierno chino. Por ello, el gobierno de los EE.UU. cree que ambas compañías pueden potencialmente quebrantar la seguridad del país. El gobierno duda de las intenciones del estado chino, y más aún si ambas compañías no llegan a explicar de un modo creíble su independencia respecto del gobierno chino.
La tecnología puede ser una potente arma de espionaje para conseguir información valiosa. Y es en esta dirección en la que discurre una investigación del gobierno estadounidense que ha durado un año hasta llegar a esta conclusión. Si así fuese, no estaríamos ante el primer caso.
El caso estadounidense no es aislado, pues Australia prohibió en marzo a Huawei acceder a su banda ancha nacional, al igual que Canadá plantea excluir a la marca de un proyecto gubernamental que supone la creación de una potente red informática.
Ambas compañías ven peligrar la expansión de su negocio, y tampoco parece muy sencillo desvincularse de la huella gubernamental y militar china que dejan sus raíces. Las dos empresas fueron fundadas bien por ex-militares chinos o empresas estatales. Por ello, los esfuerzos en comunicar su desvinculación con el gobierno y el ejército chino son constantes, aunque sus argumentos no convencen demasiado a los EE.UU., que los tachan de poco claros y poco creíbles.
El futuro parece nublado para ambas compañías, o por lo menos no tan claro como parecía avecinarse. Habrá que esperar algo de tiempo para poder comparar cifras con ejercicios anteriores.